¿Qué hacer con Chile?
En los últimos años, Chile ha experimentado un giro político marcado hacia la derecha, resultado de una combinación de factores sociales, económicos y culturales que han transformado las prioridades de amplios sectores de la sociedad.
Tras el estallido social de 2019, el país centró su atención en demandas profundas de justicia social, como mejores sueldos, pensiones dignas y mayor igualdad. Con el paso del tiempo, sin embargo, estas demandas han cedido terreno ante nuevas urgencias ciudadanas relacionadas con la seguridad, el orden público y la inmigración. La percepción de aumento en la criminalidad, el avance de la migración irregular y el temor generalizado al desorden han generado un clima de vulnerabilidad que ha fortalecido discursos conservadores y propuestas que prometen control y firmeza.
A este escenario se suma el desgaste acumulado de la izquierda chilena, especialmente tras los fracasos consecutivos de los procesos constituyentes de 2022 y 2023. La incapacidad de concretar una reforma constitucional ampliamente aceptada desencadenó un profundo desencanto entre quienes esperaban transformaciones estructurales. Para una parte significativa de la ciudadanía, este estancamiento se tradujo en la percepción de que el progresismo no logró ofrecer soluciones eficaces ni responder de manera clara a las expectativas generadas.
Al mismo tiempo, la derecha —tanto la tradicional como sectores más autoritarios o conservadores— logró reorganizarse y articular un mensaje coherente frente a las nuevas preocupaciones del país. El surgimiento de coaliciones renovadas, la consolidación de liderazgos que prometen mano dura y la capacidad de ofrecer respuestas simples a problemas complejos fortalecieron su posición en el debate público.
En el plano electoral, los resultados recientes evidencian un apoyo creciente hacia candidatos y partidos orientados a la derecha o extrema derecha. Este giro no refleja necesariamente un rechazo total a las demandas sociales, sino un reordenamiento de prioridades: para muchos ciudadanos, la restauración del orden, la seguridad cotidiana y el control fronterizo se han vuelto cuestiones más urgentes que las transformaciones estructurales.
Finalmente, el movimiento no es solo electoral, sino también cultural. En amplios sectores del país emerge un perfil ciudadano más conservador, que valora el orden, adopta posturas críticas frente a la migración irregular, reivindica tradiciones sociales y expresa cansancio frente a debates identitarios o reformas percibidas como excesivamente experimentales. Este sector, compuesto tanto por clases medias como por grupos populares, ha encontrado en la derecha una narrativa que se ajusta más a sus inquietudes actuales.
En conjunto, todos estos elementos explican por qué Chile ha girado furiosamente a la derecha. No se trata de un cambio repentino ni superficial, sino de una reconfiguración profunda de las expectativas ciudadanas, impulsada por el miedo, la frustración, la búsqueda de orden y el desencanto con los proyectos transformadores. Es un movimiento que está redefiniendo el panorama político y cultural del país con una intensidad pocas veces vista desde el retorno a la democracia.
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