Al Qaeda contra Rusia?
En los últimos meses, la región del Sahel ha sido escenario de un notable resurgimiento de la violencia yihadista que ha puesto en evidencia las debilidades de la estrategia rusa en África. Grupos armados vinculados a Jama'a Nusrat al-Islam wa al-Muslimin (JNIM), afiliada a Al Qaeda, han lanzado ataques de gran escala contra bases militares en Mali, Burkina Faso y Níger, precisamente en los países que en los últimos años habían apostado por estrechar la cooperación militar con Moscú.
Repliegue ruso y avance yihadista
Tras la retirada de las fuerzas vinculadas a Wagner y la creación del nuevo Africa Corps —un cuerpo paramilitar subordinado al Estado ruso— la expectativa era que Moscú reforzaría su presencia y restauraría cierto control en el Sahel. Sin embargo, el vacío operativo dejado por la reorganización rusa no fue cubierto con eficacia.
Los ataques de JNIM se intensificaron de manera fulminante. Varias bases militares fueron capturadas, entre ellas algunas consideradas estratégicas para la defensa del territorio. En numerosas ocasiones, tropas locales y unidades apoyadas por asesores rusos se vieron obligadas a abandonar posiciones enteras ante la presión de los insurgentes.
El fracaso de la “solución rusa”
La estrategia rusa se basaba en la promesa de estabilizar el Sahel mediante un modelo de intervención militar directa. Sin embargo, la realidad sobre el terreno ha mostrado lo contrario: los avances de Al Qaeda evidencian que la presencia rusa, lejos de contener la expansión yihadista, ha coincidido con un deterioro notable de la seguridad regional.
Las estructuras estatales locales siguen siendo frágiles, a pesar de recibir apoyo externo. La insuficiente coordinación, la falta de recursos y la debilidad institucional han permitido que los yihadistas consoliden posiciones en áreas rurales y avancen hacia zonas que anteriormente estaban bajo control gubernamental.
Un nuevo mapa en África Occidental
El resultado es una erosión clara de la influencia rusa en el Sahel. Mientras Moscú intenta reorganizar su dispositivo militar, los grupos vinculados a Al Qaeda han ampliado su capacidad de reclutamiento, reforzando su control territorial y configurando un escenario mucho más complejo para los gobiernos militares de la región.
Analistas coinciden en que la estrategia basada únicamente en intervención militar externa no ofrece una salida sostenible. El conflicto del Sahel tiene raíces profundas en crisis estructurales de largo plazo: debilitamiento institucional, desigualdad, tensiones comunitarias y una falta sistemática de gobernabilidad. La ofensiva de Al Qaeda no hace más que poner de manifiesto estas vulnerabilidades.
La reciente escalada de violencia y el avance de los grupos afiliados a Al Qaeda revelan una realidad incómoda para Moscú: el proyecto de reforzar su influencia en África mediante poder militar se está desmoronando. El Sahel, lejos de estabilizarse, se adentra en una nueva fase del conflicto, en la que los insurgentes parecen estar un paso por delante de todos los actores estatales involucrados.
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